Siempre tuve miedo a crecer y abandonar todo aquello en lo que creí que me acompañaría de por vida. ¿Dónde quedó mi juguete favorito de pequeño o aquellos panecillos que recogía por el camino? Dónde el sueño de que hacerme mayor era la clave perfecta para entender la vida, y ahora, a mi edad, cada vez la entiendo menos. Ello me lleva a pedirme perdón, a dedicarme todas aquellas palabras que siempre me negué, por creer ser el culpable de problemas que ni yo mismo entendía. Me alegro de haber crecido, pero a la vez tengo un miedo terrible de hacerlo, pues en esa evolución me estoy dando cuenta de que estoy perdiendo demasiadas cosas y que no están compensadas con las que voy obteniendo. Ese siempre ha sido mi talón de Aquiles, el miedo a perder mis recuerdos. Pero eso es lo que sucede. Los pierdes y cuando te das cuenta ya es muy tarde para recuperarlo.
Echo de menos esas manos, en las que de pequeño hundía las yemas para ver lo lento que subían nuevamente, echo en falta su voz diciendo que vaya a comer, o que me acurruque contra su pecho mientras hace ese tintineo con la boca finalizando con un “mi niño”. Quiero volver a pintar sus uñas o poder regalarle ese perfume de coco del último año. Pero ya no hay nada más, se me arrebato mi sueño de verte envejecer, mi sueño de que me vieras con mis estudios acabados, el de decirte que eras un pilar fundamental en mi vida. Ya no podré volver a casa pensando que vas a estar ahí para preguntarme cómo me van las cosas.
Perdóname por no haber sabido complacerte en todo lo que querías, por mis riñas o por no darte las gracias cada día que estuviste ahí conmigo dándome todo ese gran amor. Disculpa por no haber sido mejor, por no haberte dicho más te quiero, por no cuidarte más. Tras los días esta ausencia duele más y no hay poder capaz de hacer que cierto tipo de cosas no quemen por dentro, no hay consuelo alguno cuando lo único que necesitas es algún encuentro efímero por el silencio doloroso de una casa vacía de ti.
Tras el dolor, le doy la bienvenida al joven gudari que hay dentro de mí, ese al que siempre agradezco que salga cuando ya nada puede ir peor. Mientras tanto solo me queda esperar a reencontrarme contigo y cuidar de lo más valioso que tengo, mis recuerdos y la mujer que me dio la vida.
Gracias a la mujer más cariñosa y especial del mundo. Gracias a la mujer que más me entendió en este mundo. Gracias por haber tenido lo mejor.