jueves, 29 de diciembre de 2011

El lector de la quinta habitación.

Se quedó tan sola en aquel sofá esperando que el dulce sabor de sus besos acabase su efecto. Entre las sábanas dejaba salir la desnudez de sus piernas, y el aire fresco que entraba por la rejilla del ventanal hacia mover lentamente la ropa de cama que colgaba hacia el suelo. Ella miraba al infinito, como antes, como siempre, a cada rincón de la pequeña habitación, buscaba el consuelo de una lágrima, a veces incluso, el recuerdo del calor de un abrazo. Siempre logró emocionar cada parte de mi pensamiento.
Tras el letargo marchar del efecto de los besos, salía con delicadeza del sofá, y seduciendo a la luz del sol con su temprana desnudez, entraba despacio en la bañera. A esa hora de la mañana el vecino del cuarto tocaba música de Chopin, y la veía cerrar los ojos para volar entre las notas de aquella melodía que se escapaba a lo alto, al mismo centro del universo.  Al salir, rápidamente se vestía, recogía sus enseres y corría escaleras abajo para no perder el tren que la llevaba hasta su trabajo.
Al llegar me esperaba con una sonrisa entre los labios, se ponía cómoda y me pedía que leyera para ella. Cerraba los ojos, y yo le leía hasta que se quedaba dormida, le daba un beso en la mejilla y la abrigaba con mi cuerpo hasta el amanecer. 

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