Se quedó tan sola en aquel sofá esperando que el dulce sabor de sus besos acabase su efecto. Entre las sábanas dejaba salir la desnudez de sus piernas, y el aire fresco que entraba por la rejilla del ventanal hacia mover lentamente la ropa de cama que colgaba hacia el suelo. Ella miraba al infinito, como antes, como siempre, a cada rincón de la pequeña habitación, buscaba el consuelo de una lágrima, a veces incluso, el recuerdo del calor de un abrazo. Siempre logró emocionar cada parte de mi pensamiento.

Al llegar me esperaba con una sonrisa entre los labios, se ponía cómoda y me pedía que leyera para ella. Cerraba los ojos, y yo le leía hasta que se quedaba dormida, le daba un beso en la mejilla y la abrigaba con mi cuerpo hasta el amanecer.